Cimientos de un Pueblo

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Estas imágenes capturadas entre abril del 2005 y noviembre del 2007 son el reflejo de una realidad rural que puede revertirse y es nuestra responsabilidad producir los cambios. Cambios que sólo la educación puede generar, ya que estoy convencido de que ella es el cimiento seguro sobre el que se edifica cualquier comunidad.

Sin duda nuestro extenso interior tiene realidades y necesidades muy distintas en su vasta geografía, las que deberían ser tenidas en cuenta a la hora de trazar objetivos, no sólo escolares sino como políticas de Estado que tiendan al desarrollo, en función de un plan estratégico provincial. Debemos preparar a nuestros ciudadanos teniendo en cuenta las posibilidades laborales futuras y las urgentes demandas de la zona. Para ello las escuelas deben ser la llave para un porvenir mejor, formando ciudadanos capaces de ser actores de una sociedad que se encuentra ahí o muy cerca, no en la capital provincial o federal.

Sea esta muestra también un homenaje a todos aquellos maestros que, con actitudes heroicas y sin medir el cansancio, se comprometen a transformar la comunidad en las que les toca ser protagonistas.

Gustavo Luis Tarchini
Mayo 2009

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Los cimientos de un pueblo

El invierno abraza una vez más los senderos del monte santiagueño, y al igual que todos los años, Juan vuelve a caminar por ellos, aferrado a su cuaderno. Casi instintivamente, su mano pequeña y paspada cierra con fuerza sus dedos, como si supiese que el sendero que une su rancho y la escuela es el camino que lo lleva hacia una vida mejor.

Miles de Juancitos caminan a diario por el monte santiagueño en busca de una educación que los prepare y los forme en igualdad de condiciones. Ellos como muchos otros santiagueños, desean formar parte de los cimientos de su pueblo, una utopía que todavía ninguna ley educativa transformó en objetivo.

Juan es parte de una tragedia que se reedita en toda la ruralidad santiagueña con estenografías cambiantes, y con una importante cantidad de actores que desempañan su roles con mayor o menor compromiso, y cada uno de ellos sufre la realidad desproporcionadamente: padres, docentes, estado, cooperadoras, padrinos solidarios, todos son parte de este recorte temporal de la historia de la educación rural santiagueña, que al igual que en años anteriores no logra encontrar el sendero que la saque del circulo ineficaz en el que gira.

Este trabajo tiene como objetivo brindar una opinión expresada en fotografías, poesías, reflexiones, música y testimonio de algunos de los actores de la historia de la educación santiagueña, con el fin de provocar pensamientos y acciones que se transformen en objetivos, para que puedan nacer nuevas utopías.

Julio José Jozami
Gustavo Luis Tarchini

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Santiago del Estero, departamento Quebrachos, 13 de abril de 2005. La llovizna parecía eterna, el verde triste del monte santiagueño se veía casi negro en su espesura, la camioneta en que viajábamos acusaba uno a uno los golpes del camino enripiado (ruta Provincial Nº 115), y en su interior todos presentíamos que no llegaríamos a la escuela Nº 615 del Ucle, ubicada en el sur santiagueño sobre el límite de los departamentos Quebrachos y Mitre, primer destino de los viajes programados con el fin de conocer y documentar la realidad de la educación rural, compartiendo algunos días la vida de sus actores principales.

Así comenzamos a recorrer los caminos de la provincia, tomando contacto con los protagonistas de la comunidad educativa, observando cómo se pone en escena la Tragedia Educativa como la define Guillermo Jaim Etcheverry.

Pero a diferencia de la creación escénica, la vida de los actores de la educación rural es concreta, su drama se reedita todos los días, y sus consecuencias impactan en la vida de miles de santiagueños, que la sufren, proporcionalmente al rol que desempeñen.

La mayoría de los niños sufren los efectos de la pobreza, y encuentran en los comedores escolares un importante aporte a sus dietas cotidianas. Los docentes aún enmarañados en una Ley Federal, que a pesar de la capacitación que propuso nunca terminó de plasmarse en las aulas y es considerada hoy, por muchos de ellos, como un fracaso, Los maestros sienten también que su trabajo se esfuma ante la realidad actual y futura de los niños que forman, ya que la mayoría de ellos alcanzan un futuro de empleadas domésticas o peones rurales semianalfabetos, repitiendo la historia de sus progenitores, Sólo algunos pocos consiguen llegar exitosos a niveles superiores de formación, pero son apenas excepciones estadísticas.

Éstas son sólo generalidades, ya que en particular encontramos realidades dispares: docentes comprometidos con la realidad de sus comunidades, verdaderos motores que las transforman, y junto a ellos, la actitud de otros educadores que solo barnizan con su paso por las comunidades rurales, cargados de inasistencias, con una falta total de compromiso.

Los padres que, en algunos casos, integran las cooperadoras escolares, mayoritariamente hacen una valoración positiva de la educación, apoyan a sus hijos y son miembros activos de las comunidades educativas, mientras que otros piensan que tener varios hijos es tener una gran fuerza laboral que impulsará sus emprendimientos, y que la escuela es sólo para aprender a escribir y sumar, como algo secundario en sus vidas.

Pero el problema de la educación rural no se agota en cuestiones que involucran sólo a las aulas: hay un conjunto de factores que ya fueron marcados por Domingo Maidana en su libro La Realidad Escolar de Santiago del Estero (1941), y que aún se encuentran inalterables en muchos casos. Factores ligados a la salud pública, a la infraestructura caminera, a la escasez de agua potable, a los edificios escolares y su mantenimiento.

Así vimos la educación rural santiagueña, plasmándose de forma dispar con sectores que van acusando cambios, y con otros que se encuentran relegados a la espera de que esos cambios lleguen, quizás añorando que la igualdad no sea dar a todos lo mismo, sino que la justicia se quite la venda de sus ojos y mire el sufrimiento del que más necesita.

Julio José Jozami
Mayo, 2009

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En el 2005 al sumarme a este proyecto conocí gran parte del interior de mi provincia. En lugares inimaginables vi con pesadumbre pueblos olvidados, sumidos en la pobreza. En muchos poblados percibí el descuido, especialmente con los niños. Ellos no conocen sus derechos ni la tan renombrada justicia social. Ésta jamás fue aplicada por los gobiernos democráticos, ni por los otros que pasaron y pesaron en los últimos años.

Por eso quiero resaltar la figura del maestro rural, quien a pesar de la lucha desigual a la que se enfrenta, hace prevalecer el valor de la educación. Ellos luchan contra males tales como la ignorancia, el rigor del clima y la agreste geografía de nuestra provincia. Y además, con las mezquindades de alguna gente que pone escollos en su camino. Estos "patrones" creen que al desarrollarse la alfabetización de los niños, se quedarán sin la mano de obra barata a la que están acostumbrados.

¡Cuántas veces regresé abatido al ver este tipo de cosas! Pero por suerte, la esperanza volvía al conocer bien de cerca, la sensibilidad y la entrega de los maestros rurales. En muchos pueblitos, ellos son apoyados por los padres: obreros golondrina y hacheros. Esta gente, en mancomunado esfuerzo, hasta llegó a pagar la manutención de las escuelas y el sueldo del maestro porque quieren un futuro mejor para sus hijos. Cuánta alegría sentí al ver cómo se las ingeniaban para cubrir con plástico un ranchito, a los maestros que enseñaban en aulas improvisadas con tirantes o simplemente a la sombra de un árbol, pues la consigna era que nunca se perdieran las clases. Otros, incluso, llegaron hasta obligar a los padres a que sus hijos asistieran a la escuela en lugar de que fueran a la desflorada, para evitar el cruel desarraigo que afecta a nuestro interior.

Mi homenaje y mis respetos al maestro rural, que brinda a los niños sus conocimientos, su cultura, su amor y que les transmite la riqueza de los valores como la honestidad, la dignidad y el trabajo, únicos instrumentos para el crecimiento de nuestra patria.

Luis Gerardo Quadrelli.

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Cimientos de un pueblo

Cimientos de un pueblo es el nombre de la obra de Gustavo Tarchini Y Julio Jozami.

Documentan y nos traen una realidad que los ha comprometido.

Su registro nos pone ante nosotros mismos.

Nos enfrentan: al foco que mira; a nosotros que miramos; al sentimiento que les acompañó los ojos cuando ellos enfocaron la vida de changuitos del monte santiagueño.

Nos abrieron paso con sus fotos. Nos pusieron a mirar, cómo forjan sus vidas en esas escuelas rurales.

No sustituye la muestra, lo que muestra. No agota la fidelidad de la muestra el reclamo que nos hacen. No termina en ella- nos dicen-: La muestra no los reemplaza.

Pero, sentimos que puestos ahí, SON ellos lo más parecidos a ellos mismos.

Los ojos en esos rostros están pidiendo al presente una oportunidad de futuro. Y nos invitan a que la conmoción que provocan no cicatrice.

Nos desafía el arte en la mirada de los niños, a ensanchar las picadas, a recorrer junto a las suyas, una vida solidaria, a comprometernos para que no se achiquen más, enangostadas huellas, por una indiferencia tan transitada.

Nos anuncia que esos niños porfían, como no seriamos capaces nosotros. Persisten, ellos con su lúdica iluminada.

La obra expande tañidos de campanas.

Es un grito silencioso por todo lo que les falta.

Nos recuerdan a lo que se llega cuando todos les faltan.

La obra nos despierta a un llamado de escuelas, a un crecer de patria.

Con-mueve nuestra capacidad de ver. Re-mueve el sentir. Es un vislumbre de conciencia humana. Re-pone y devuelve al centro el valor de la vida humana porque esta muestra, co-funda lo que muestra, muestra la vida: Digna, como la viven Serena, como la profesan Esperanzada, como la sienten Valiente protectora en la escasez. Vencedora, en su intransigencia de siglos Invicta de memorias. Empecinada de niñez.

La obra nos redime

A sus mentores y autores: ¡Gracias!
Gladys Loys